La utopía por retomar lo prehispánico en la arquitectura del Perú –para quienes a veces indirectamente lo asumen como producto de catálogo– siempre vuelve, y con fuerza. Hoy el muestrario está de vuelta. Cabe preguntarse si esta vez ha regresado con las mismas credenciales de hace casi un siglo, o si simplemente aquel fantasma republicano de ‘amor propio’, envuelto entre ficción y culpa, ha regresado porque ya era su turno.
1.
Una de las pocas cosas que diferencia la nueva arquitectura prehispanista (que para otros podría llamarse un nuevo neoinca –y donde habría que incluir su variante neoperuana–) de la del siglo pasado, es que hoy se le ha pasado por el filtro más o menos riguroso del movimiento moderno, permitiéndole disimular sus otroras soluciones superficiales al mezclarlas con ejercicios racionales.
La referencia hoy ya no es literal. La cita a lo prehispánico ha sido pasada por una suerte de sumidero con el fin de exonerarla de menciones a cóndores, serpientes, chakanas o cabezas clavas. Por el contrario, estas mismas han logrado abstracción o reinterpretación a mano de quienes entienden que la referencia debe ser sutil. También se ha hecho necesario o geometrizarlas o conceptualizarlas: sacarles la esencia y volcarla en un producto nuevo para así verse incluida en un ejercicio proyectual más profundo, menos ingenuo. Casi replicando la arquitectura de los años 80 que iba por el mismo camino.
A las variantes puramente formales –que varios entendieron como superficiales, luego de los análisis y críticas posteriores– hoy se le suma un factor que hace que esa sustancia de carácter objetual pase a un segundo plano. Algo de apariencia y discurso más fuerte, estructural y duradero: lo geográfico.
La referencia a lo geográfico en la arquitectura prehispanista contemporánea se muestra como una opción ‘legítima’ y casi inalienable, capaz de hacer que esa arquitectura que se proclama “peruana” sea más peruana que las otras: el objeto ya no importa por sí mismo, sino por su relación con un lugar específico. Esto tiene una fuerte carga histórica, pues la tierra fue siempre el bien más preciado del mundo prehispánico. Por ello es que el discurso que alrededor de esto se teje es aceptado sin más y en toda su dimensión. Los hacedores de la nueva arquitectura prehispanista no tienen más que traer esto al presente y así darle legitimidad a sus ejercicios proyectuales.
Sin embargo, este espacio geográfico específico sólo puede ser arquitectónicamente prehispanizable si guarda ciertas características como son 1. Su lejanía de lo urbano, y 2. Su naturaleza compleja. Es decir, una de las cosas que se aprendió de los ‘errores’ del pasado era que no podría hacerse arquitectura prehispanista en ‘la ciudad’, en un contexto típicamente urbano. Sino, por ejemplo, los resultados serían tan delirantes como el Museo Arqueológico Víctor Larco Herrera de Claude Sahut (1924).
En la ciudad, los ejercicios se situarían en la utopía caprichosa y en el absurdo. Lo correcto para los arquitectos con intereses prehispanistas sería situarlas en las lejanías: en la ladera de un cerro con ciertos vestigios históricos, en un contexto –entiéndase– ‘natural’ amazónico o en un desierto virgen. Todos estos siempre son lugares propicios, pues alimentan la imagen no-cosmopolita que suele acomodársele históricamente a lo prehispánico, a lo inca o a lo no occidental desde una visión deliberadamente occidentalizada, como la que ostentan por mayoría los arquitectos en el Perú. Y lo crucial de esto es que ello se expresa como manifestación de lo que históricamente se cree de su gente y su cultura: algo todavía no civilizado, o en camino de algo superior alcanzable mediante la occidentalización (Quijano, 2014).
Hoy, sólo habiendo pasado este impasse espacial y anclados en esa geografía, los ejercicios puramente formales pueden aflorar. Los arquitectos empiezan a servirse del terreno abstrayendo huacas, conceptualizando iconografías o simulando vanos y muros. Indican, pues, estar respondiendo a lo que les pide el sensible e históricamente rico lugar en el que se posan. Sólo con esa combinación la nueva arquitectura prehispanista deja de estar desarraigada y sumida en una ilusa utopía formalista como la de primera mitad de siglo XX.
Quizá otro cambio saltante es que –con algunas excepciones– la búsqueda prehispanista hoy ya no se refleja únicamente en obras estatales, sino también en edificios privados, básicamente residenciales. La aceptación que antes no existía (Martuccelli, 2006) se ha ampliado porque la arquitectura perteneciente a la aristocracia actual ya no recibe la embestida literal de chakanas y demás, sino, al haberse visto la arquitectura sometida al filtro del movimiento moderno y de su posterior posmodernidad operativa, esas demostraciones son más abstractas o conceptuales, en definitiva más sutiles y light. Esto no es más que un reflejo de la típica apropiación de identidad de lo peruano por parte de un minúsculo grupo social y económicamente hegemónico, que, por tradición, siempre suele ser light.
2.
En la actualidad, la redención más saltante del pasado, que encarna todo esto es la de un grupo 'culturalmente superior' de arquitectos que desesperadamente intentan arraigarse a una situación que por tradición ni conocen ni sienten como quisieran, o como quieren hacer creer. Encuentran el espacio otorgado por el Estado o por otros mecenas que guardan las características geográficas propicias, y sin más se lanzan a rebuscar el prehispanismo más conveniente según la ocasión: pasan por el espacio, la materia y la forma para –según dicen, en un acto de baja autoestima y de oportunista peruanismo– hacerlo hoy “como lo hacían los otros, en el pasado, en el mismo lugar”... ¿Para qué o por qué? Es algo que nunca podrán responder sin salirse de su culturosa impostura wannabe.
Ejemplos: los premiados en los concursos del 2014 (en Pachacamac y en Machu Picchu), en los que los museos en cuestión recreaban la situación perfecta para fomentar peruanismos con fecha de extinción. La intención: el eterno y patológico problema del arquitecto peruano por demostrar ser tan peruano como los peruanos del pasado y más peruanos que sus contemporáneos competidores.
El Museo Pachacamac de Llosa-Cortegana es también una demostración de peruanismo de ocasión. El discurso aparece impostado. Se remeda enérgicamente materiales, muros, accesos, se cita espacios prehispánicos, se simulan maneras de ‘vivir’ el objeto, como si existiera una obligación para ponerse en el papel de otras épocas a nombre de un supuesto honor por los antepasados. De hecho, esta es una herida abierta en la mayoría de museos del Perú: todos quieren travestirse de prehispánicos.
Sin embargo la impostación mayor es la que consigue Luis Longhi, quien lo logra en viviendas unifamiliares ancladas en contextos como los especificados y bastante virtuosos. A esto sólo le queda agregarle accesorios uno más "peruano" que el anterior.
No hay absoluta diferencia entre las prehispanismos de Piqueras, Harth Terré, Malachowski o Sahut y los de Longhi. Más allá de la calidad y el oficio arquitectónico que varias de las obras demuestran, y del filtro pre y pos movimiento moderno, están en la misma línea de apropiación oportunista de un legado cultural que consumen y vuelcan superficiales cual maceteros o enchapes. En la arquitectura peruana oficial, lo prehispánico siempre fue un instrumento, un objeto a utilizar, un producto consumible y aprovechable, un metal precioso al que hay que sacarle provecho... como en la Colonia. Y lo es ahora también.
3.
A la actualidad, no existe en lo absoluto otra diferencia. Que los cóndores en alto relieve y el concreto expuesto parodiando al adobe no nos engañen: son exactamente lo mismo.
Esa nueva arquitectura prehispanista o neoindigenista o neo-neoinca o neo-neoperuana no es ‘arquitectura peruana’ en el sentido que afirman (a veces) sus representantes. Son más catapultas para validarse en el exterior: en contextos de amplio desconocimiento del tema, donde lo prehispánico/indígena es también –todavía– un metal precioso.
Algo más o menos oportuno sería dejar el espectáculo en el que lo más válido hoy, para nosotros, es hacer algo “peruano”, o en su sentido discursivo más complaciente: “adecuado al lugar”. Como es necesario dejar esa triste, megalómana y redentora lucha por la 'identidad', demasiado pretenciosa para nuestros días; pues si algo ha conseguido es distraer y llevar la discusión a senderos que otros contextos parecidos al peruano ya sepultaron… y hace bastante tiempo atrás.
No obstante, el problema no es exclusivamente arquitectónico. Algo más de legitimidad para la arquitectura “del Perú” (con lo que pesa sobre el complejo término) se obtendría cuando esas referencias atractivamente no-occidentales, prehispánicas, bucólicas e 'indias' que toman los arquitectos de hoy no sean artefactos impostados ni accesorios: es decir, cuando no se les necesite. Y sí, como diría Mariátegui para la literatura, “cuando los propios indios estén en grado de producirla” (2009 [1928], p.310), y sobre todo, cuando esa arquitectura producida por ellos forme parte natural de lo oficial.
Referencias:
García Bryce, J. (1962) 150 años de arquitectura peruana. Lima: CAPMariátegui, J. (2009[1928]) Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana. Buenos Aires: Capital Intelectual.
Martuccelli, E. (2006) Buscando una huaca. Utopía andina, arquitectura y espacios públicos en el Perú. Primera mitad del siglo XX.en Ur[b]es N° 03. Lima: Gecup. pp. 203-232
Quijano A. (2014) Dominación y cultura. en Antología Esencial. Buenos Aires: CLACSO
* Este artículo fue publicado originalmente en Revista La Chimenea. Revisa más artículos de la revista aquí.